Golondrina






Del Libro “Casialgo” de Marce Lopez Sirer



                                                         

Una vez, estaba yo en el mismo lugar que describí anteriormente y por la misma causa, cuando entró, inesperadamente, por el agujero de la rejilla, un "borino ros", que es un insecto bastante grande de color grisáceo y manchas bermejas y que, las gentes de este lugar, consi­deramos portador de la buena  suerte.

No sé cómo pudo caber y pasar con tanta precisión, su cuerpo y la envergadura de sus alas, por las exiguas dimensiones del orificio, pero lo cierto es que pasó y, además, muy rápido; sin tocar siquiera borde  alguno de los límites de aquel angosto agujero. Supongo que estaba dotado de un sistema natural para detectar obstáculos y creo que, ese sistema es, en mu­cho, mejor que cualquiera de los que haya inventado el hombre hasta el presente.

...

Lo cierto es que entró y se pasó un rato revoloteando por el espacio de la habitación como en una operación de reconocimiento. Después, siempre volando, sin  detenerse, se dirigió a la rejilla que era por donde le llegaba más luz y aire y el único lugar que daba acceso al exterior. Estuvo así, sin posarse en ningún momento y volando continuamente con rápido movimiento de alas y de un lugar a otro del cuadrado de la rejilla. Alguna vez pasó tan cerca del agujero por donde había entrado, que pensé que se saldría, pero no; cada vez se separaba, en un movimiento brusco como si, por el agujero, entrase una corriente de aire muy fuerte, y huía raudo para seguir con sus evolu­ciones de una a otra parte del cuadrado de la rejilla como si la explorase o quisiera hallar salida. Yo pensaba que todo era una búsqueda desesperada para poder marcharse o un intento por escapar....

Yo, seguía pendiente de aquel aconteci­miento sin perder detalle y, la mente, empezó a razonar que, allí estaba patente el ejemplo de la inteligencia del hombre comparada con la de los animales y, en aquel momento, con la del "borino ros" y, me entró una especie de cólera y desdén porque, el insecto, no acertaba  a salir por muy próximo que pasara frente al agujero liberador que  era la única via de salida...

Seguí contemplando, meditando y expectan­te por si, por fin, daba con la salida que, por muy torpe que fuese el animal, me parecía que, en alguno de sus tantos pases, no dejaría de percibir y lograría  marcharse...

Pasado algún tiempo, decidí que debía ayudarle a salir de su encierro ya que él no lo conseguía por sí mismo: posiblemente, prestándo­le la ayuda de mi inteligencia, podría enseñarle y hacer que hallase la salida. Con un trozo de papel en cada mano, para no dañar sus alas, fui empujándole hacia el agujero de salida, pero, cada vez que lo tenía frente al orificio, se escapaba hacia otra parte y yo, tenía que empe­zar de nuevo, pacientemente, la labor y  así, una y otra vez; tantas, que hasta llegué a irritarme y pronuncié, en voz alta: "mira que eres torpe"... Pero, yo continuaba insistiendo, con impaciente tozudez, para hacer que el insecto saliese por el mismo sitio por donde había entrado.

Por fin, cuando ya me parecía una tarea inútil y que, el animalito, no aprendería nunca, por mucha ayuda que le diese; ya sea por casualidad o porque, al fin, lo vio; En uno de mis intentos, se salió como un rayo.... y con el aplauso de mi interior y una sensación de alivio condensada en un: "por fin".

Algunas veces, pasan cosas en una frac­ción de segundo, y uno se asombra de que, los ojos, puedan seguir la rápida secuencia de los hechos sucedidos tan velozmente...

Yo os aseguro que pude seguir perfecta­mente la rápida salida del "borino" y también, cómo, una golondrina cruzaba, ante mi vista, rauda como una exhalación y... se tragaba al insecto que yo acababa de salvar, con gran trabajo, de su encierro y, posiblemente, de su muerte en aquella habitación...

...

Me quedé, francamente, horrorizado por el acontecimiento y, en fracción de momento, llegué a sentirme culpable y a considerar, muy en serio, mi propia soberbia en cuanto al valor de mi inteligencia aplicada en aquel caso.

Sí, el instinto o la inteligencia del insecto, había previsto lo que yo no alcancé ni se me ocurrió. Posiblemente, el insecto estaba dotado de una inteligencia, la suya, o de una percep­ción de la que yo carecía y, esa percepción, le aconsejaba, de alguna forma, que no debía salir porque, allí afuera, en el exterior, a donde yo le obligaba, con buena fé, a que fuese, existía un peligro mucho más grande e inmediato que el que, en la pequeña habitación,  a donde había entrado de tan súbita, hábil y rápida manera y de la que, con tanto empeño, le hice salir aunque él no quería;  podía tener  y, aún más, posiblemente tenía, un refugio contra el ataque de la rápida y voraz golondrina. Estoy seguro ahora, de que, ya entró, de la forma que lo hizo, a refugiarse de un peligro y no por pura casualidad  y tengo también la certeza de que, de haber querido,  habría hallado, por si mismo, cuando lo hubiese creído conveniente para salir, el agujero por donde llegó .

Y, de nuevo, el frustrante dilema entre el hacer  y el no hacer en el sentir de la concien­cia del hombre o de su personal instinto y en la confianza excesiva sobre el juicio y determi­nación de la propia conciencia o de la sabiduría de la personal inteligencia, influenciada, quizá, por los sentimientos que, por lo menos a mí, una vez más, se me presentan.

Ya no podía hacer nada; era un hecho consumado pero, otra vez, y por mucho tiempo, me sentí dolorosamente culpable y me parecía escuchar una voz del "borino" diciendo: "el torpe eras tú", como una acusación palpitante en una voz inexistente pero perceptible en su sentido...

Aún ahora, después de mucho tiempo,  recordando, me siento mal y no llego a discernir lo que yo debo hacer ante casos así, que puedo trasladar también, en mi interior, al dilema que surge o puede surgir ante los aconteceres de mí mismo respecto a mis propios semejantes.

En todo caso, sigo teniendo una masa enorme de sucesos en que pensar y sobre los que no llego, con toda mi buena voluntad, a estar claro ni logro cribar en el tamiz de, yo ya no se qué conciencia o palabra que pueda representar fielmente lo que siento y me sucede.

Y, así es que, dejo en legado a las futuras generaciones de los familiares que, a los relatos de estos verídicos aconteceres vengan porque, a más no alcanzo, por si, todos voso­tros, los presente y los venideros, os diese por hallar respuesta a tantas y tantas preguntas como me hago y a las que, con gran pesar, no  hallo respuesta razonable ni, para más, me queda tiempo.

Y os digo también que, cuanto escrito os dejo, no es una materia, ni es una riqueza en materia. No es; ni siquiera, papel. Lo que os dejo, o asi pretendo, es un contenido que se halla en la médula de cualquiera de mis párrafos y que no lo hallaréis nunca solo leyendo a la ligera sino; con detenimiento y reflexión: es una semilla para germinación o una yema de huevo en la que anida un polluelo o un catecismo de preguntas, sensaciones, cantares o lamentos y hasta una pizca de brújula y experiencia que, presumo, con una dosis de importancia para el presente y el futuro de los que, al contenido de este sencillo verbo, con interés se acerquen y en el que intento deciros que, entre la paja de la mies, hallaréis, quizá, algún que otro granito de alimento.

...

Vosotros sois mis amados pájaros; aquí está, parcialmente, mi torpemente cultivado campo:.. el que Dios me dió...

La escasa semilla que, de arar mi cerebro, alcancé, si es que la alcancé en el empeño, os la sirvo en la única bandeja que me queda: la esencia contenida en el dibujo y el sentido inmerso en la simple palabra...

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Caty Martinez i Juan Sancho