LA ARAÑA Y LA MOSCA



Del Libro “Casialgo” de Marce Lopez Sirer


En aquel entonces, moraba yo en una casa de Pueblo.

Como casi todas las casas de aquel tiempo y lugar, - todavía no habían surgido los adelan­tos, ingenios y modernidades de que se goza ahora - los lavabos de las casas, se llamaban retretes. Esta pieza de domicilio tan especial y necesaria, era rústica y situada fuera del cuerpo principal de la casa formando un cuartito con una puerta por la que a ella se accedía y sin ventanilla alguna. Esta puerta, en este caso, era de madera solo hasta la mitad inferior; la mitad superior, formaba una abertura cuadrangular cubierta por una rejilla metálica de espeso cuadradillo que dejaba pasar el aire y la luz pero no tenía cristal. En el rincón izquierdo de esta rejilla, por no sé que causa, la tal rejilla, tenía un orificio, rotura agujero o desgarro en forma irregularmente circular. En el  interior  de la habitación, había una simple tabla ancha adosada a la pared del fondo y a dos de las laterales formando una especie de  caja o altillo....   En el centro de la tabla, había un orificio en circulo sobre el que  uno se sentaba para hacer lo que tenía que hacer y que, cuando no se usaba, estaba cubier­ta por una tapadera de madera con la que se cubría el orificio. Cuando era preciso, uno acudía a tal pequeña habitación para realizar sus necesidades.

En una de tales ocasiones, yo me encon­traba allí para cumplimiento de una demanda orgánica inaplazable y, mientras el organismo cumplía su deber, yo observa observaba las paredes blanqueadas y, en un rincón del techo, observé la presencia de una sutil y amplia tela de araña formando una especie de red de espesa malla y, en el centro, más o menos, de aquella red, estaba inmóvil y, al parecer, expectante, una araña de esas con pequeño cuerpo y patas muy finas y enormemente largas, que es muy común por estos lugares; común e inofensiva para el hombre, de tal manera que, se la ve frecuente­mente y a la que, en general, no se le presta gran atención.

Pero yo, mientras hacia lo que hacia, pasaba el tiempo observándola quizá porque siempre tuve inclinación natural por contemplar y observar las cosas con curiosa avidez, espe­cialmente a los seres vivos a quienes, de una u otra forma y a mi manera, humanizo sin querer, y a contemplar las criaturas con el ansia de comprenderlas y el afán de sacar personales consecuencias...

Súbitamente, como por arte de magia, apareció una mosca común y solitaria que, sin saber cómo, y en una de las piruetas de su vuelo, con una rapidez inusitada, fué a parar a la red tan trabajosa y sutilmente instalada y tejida por la araña... La tela, tembló y, la araña, como una exhalación que apenas pudo seguir mi mirada, se abalanzó sobre ella con precisión matemática y empezó, inmediatamente, a mover las largas y articuladas patas alrededor de la mosca, en la red atrapada, que se debatía tremendamente por escapar. El movimiento circular y preciso de aquellas largas patas alrede­dor de la mosca, iban envolviéndola con una invisible hebra imperceptible que la encerraba, cada vez más. La mosca, cuyos movimientos y esfuerzos eran, cada vez, menores, no podía desprenderse y yo, mirando, comprendí perfecta­mente el drama que, ante mis ojos, se estaba desarrollando entre, una vida-alimento; mosca y una vida de hambrienta araña. La escena podría resumirse, en la ley general de la Naturaleza, como normal pero, yo estaba allí contemplando, como espectador de excepción, el particular drama y, a mí, no sé por qué, se me creció, involuntaria, una cólera incontenible e instintiva por algo que estaba sucediendo y que consideré, sin reflexión siquiera, como una injusticia y un asesinato. Entonces fué cuando, el espectador, por instinto, se subió al escenario de aquella realidad de drama y, sin pensarlo, me planté, con derecho o sin derecho, en aquella escena como  actor improvisado...No analicé; procedí y, dejando precipitadamente, lo que estaba haciendo, me dirigí al lugar de la desigual batalla y espanté a la araña que se fué, rápida, por el sendero de uno de aquellos tantos hilos por ella misma plantados y fué a  acurrucarse en un rincón con todas las patas plegadas tal como hace un paraguas cuando, luego de la lluvia, lo cierras y, se quedó reducida a su mínimo volumen como si quisiera pasar desapercibida y esperando, pronta a saltar nuevamente sobre su presa, en el instante mismo que considerase desaparecido el estorbo, contratiempo o intrusión que, para su caza, supuso mi, para ella, inespe­rada intervención y que, debió suponer, quizá, transitorio. Luego, con un palito que hallé a mano, fuí arrancando a la mosca, ya encerrada en diminuto capullo translúcido de muchas pasadas del hilo en que, la araña, la cubrió y encerró.

Empecé una labor tremendamente compleja y delicada usando de toda mi paciencia para deshacer el encierro e ir cortando las hebras de hilo en una fatigosa y alerta faena y, de veras, conseguí algún parcial resultado que me animó a proseguir.

Yo veía, todavía , una palpitación leve de vida en la mosca....pero,...en un error involunta­rio y desventurado, acaso producto de la fatiga de la intensa concentración que, en mi tarea, ponía; se me deslizó la aguja de coser con la que mi trabajo hacia y,..pinché, sin querer, el propio cuerpo de la diminuta mosca... A partir de este momento, todo el capullito se inundó de sangre tomando un aspecto de gránulo oscuro o de masa amorfa, opaca, que me impedía ver y proseguir mi labor. La mosca, pese a toda mi buena voluntad y cuidado, quedó muerta: insal­vable, para mis escasos poderes o posibilidades, por lo menos

Me invadió una tremenda desazón, una frustración, el ahogo de un vital fracaso, una rabia, un peso de impotencia y, además, la sensación lacerante de que, quien mató a la mosca, no fué la araña sino yo mismo, precisa e irónicamente, en el intento de salvarla.

Es cierto que, de todas formas, aquella mosca iba a morir en las fauces de la araña y que, yo hice,  a mi juicio y buena voluntad, cuanto pude y supe para obtener un resultado que presumí, en principio, muy diferente porque ya había imaginado ver el nuevo vuelo de la mosca viva y libre y me había regocijado ya en aquella visión.

Pero, después de todo este trajín y emo­ciones, se me llegó al pensamiento, la imagen, en idea, de la araña y fluí a observarla porque, quizá, tenía algo que decirme o reprocharme. Ya no estaba encogida o acurrucada: ahora, estaba ya reparando los destrozos que yo había causado en la trampa de su tela, supongo que, en espera de mejor éxito en nueva ocasión...y, seguí meditando que, acaso, la araña, había pasado muchos días sin presa ni alimento que comer y que, podía hallarse, en un estado de inmediato peligro de muerte por hambre... Entonces, y asi planteado el nuevo problema que me ocupaba con tanta insistencia y agobio, tomó un nuevo cariz: yo, yo mismo, interviniendo en la Natura­leza, habría causado, no solo un daño mortal a la mosca sino, también, un daño a la araña y, ello, precisamente, por desear, con toda vehe­mencia, todo lo contrario...

Si ésto fuese así; sin mi intervención, habría existido una muerte pero, en compensa­ción, habría prolongado la  vida  de otra vida. Este dédalo de pensamientos, deducciones y elucubraciones, dejó tan profunda huella en mí que, aún ahora, después de tantos años, sigue latente en mi conciencia y, no alcanzo a discer­nir cual es la razón ni el acierto en el proceder que debí seguir. Solo creo que, la intención fué buena pero, el resultado, catastrófico.

En todo caso, juzgado por alguien ajeno a mí mismo, imparcial y, en la justicia sabio, ¿ que diría?...: ¿lo fué o no lo fué ?.

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Caty Martinez i Juan Sancho