Del Libro “Casialgo” de Marce López Sirer
Otra vez la monótona consideración de las estaciones climatológicas.
Se termina el verano. Una vez más se termina cuando ya se ha terminado tantas y tantas veces, incontables y se ha de encarar el otoño y el invierno y la primavera y, nuevamente, el verano. El otro verano...
Es monótono, tantas veces repetido. Casi no se distinguen una de otra en su rápido devenir. Son casi cotidianas. No duran en cada cual individualmente. Parece que se entremezclan o que no se tiene memoria real de su deambular por el tiempo. Están y se las siente pero, aún presentes, ajenas y ausentes. Resulta insulso... Me resulta insulso.
La primavera y el verano, en su principio, tienen algo de promesa indefinida e incógnita, algo de promesa que flota en el aire y que influye en la sangre. Una especie de promesa gratuita jugando en los nervios.
Encarar el otoño y su consiguiente invierno me resulta penoso, desilusionante y hasta impropio de la vida. Un marasmo fosco e inclemente, negativo e inútil.
El cielo ya no tiene infinito; hay un techo, una prisión de nubes que acongoja las libertades de los ojos y surge la sensación de estar preso del mundo, constreñido, cercado... Todo el aire se ha hecho pequeño, y el espacio de movernos, estrecho como una mazmorra llena de truenos, vendavales, aguaceros y humedades insanas, donde pululan los microbios y miasmas enemigos...
Largas las noches infinitas. Diminutos, ínfimos los días de la vida: las luces de artificio, engañando los días reales de luz natural... Una vida en el limo, en los pantanos brumosos de sucia gelatina...
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Caty i Joan