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Categoria: Collaboracions
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 AL BESO DE AQUEL NIÑO


Del Libro “Casialgo” de Marce Lopez Sirer


 

  En la cuna acunado por un vaivén de pie amoroso y amante, duerme plácido, pacífico en el sueño angélico de las criaturas que llevan en la piel la terneza y la huella de ningún pecado             .

  Un sueño plácido y profundo, le tiene con él  como  los querubines en los espacios.

  Yo le miro la tersura de la piel, la divinidad sonrosada en persona y le escucho el suave aliento que desprende la quietud de su respiración , lenta, apenas audible, del dormir abandonado y suelto en un lago de aguas tersas y mansas en la quietu­d de los juncos y cañas...

  Un silencio, monacal, callado, absorbe todo ruido con el sosiego de la quietud de los muros y la placidez de los quietos campanarios .

  No hay más que voces diminutas; voces diminutas y lejanas. La capacidad de la voz, su capacidad de crearse, permanecen, están presentes; lleva vida en su silencio y discurso elocuente en su pala­bra.

...

  Una brizna de suspiro, se mueve. La leve­dad de una vida presentada a las horas del mundo en este fragmento de esfera, se agita como un nada en un algo.

  El oído atento y los ojos sin párpados, tie­nen su vida pendiente del suceso en la cuna dor­mido o soñando.

  Ni un leve aleteo de mariposa tiembla en el aire de la cuna, ni un soplo. No hay mariposas, ni aleteos, en la vibración ni vibración en el Espacio de Dios.

  Un respeto Señorial invade las distancias mientras  la cuna de madera, se invade del mismo silencio...Parecen bajar todas las miradas al cielo en la sombra...entre corpúsculos de silencio.

  Junto a la cuna, la MADRE, desde la vir­gen que le implantó Dios en la Creación, derrama el fruto de todos los frutos reflejado en el rostro, en los ojos, en la dependencia desde una a otra vida por todo el orbe.

  EL AMOR DE LA madre, es el único amor que puede dar sin recibir. El Sólo capaz sin  egoísmo humano. La donación que nada espera. El cán­tico que no busca respuesta en ningún sentido o nin­guna lengua. Es el único que pue­de co­mul­gar a la par de Dios...

  Las voces están calladas. Racimos de olivo como NOÉ con los hijos de los hombres en la sin­gladura  que llevó al ARCA a las cima del ARA­RAT. La MADRE mira, calla, ve y contempla reconcentrada en sí misma,... muerta, revivida y muerta...y mil veces muerta y mil veces viva por­que no tiene final, en jamás de los jamases, el DOLOR MATERNO para el DOLOR DEL HIJO.

          !!! CALLA ¡¡¡....

porque la congoja, en estos  misterios habitante, carece de principio y no tiene fin.

  Ve, oye, percibe en el hilo de un aliento pero, ELLA con ELLA MISMA, asume, solitaria, el conjunto de todos los dolores que pueden perci­birse y...la testa cubierta con su velo negro, sin el consuelo huérfano de palabra, irredenta, se queda a solas con el grito sin grito de su GRITO. El "grito", se hace silencio, no está en un milagro...El Grito de los GRITOS, está en su carne humana ayuntada escuchando los clamores de una muche­dumbre que llegó cerca de nosotros antes de que  la Madre Naciese o hubiese nacido el hijo para gozarle la saeta de reloj más brillante de los que en el mundo sonaron su tic-tac más sonoro, su afán más esforzado, al ritmo de su corazón más enter­necido.

   Aquel angelillo, en el alma y en el cuerpo, yace, sin cuidado, al arrullo de una Madre y, en su carita son­ro­sa­da y es­plen­do­ro­sa, mece y se mece al son de una músi­ca parti­cu­lar com­pues­ta para los Cie­los.

  Todavía ni la magnitud ni la razón de la especie le ha tocado con el venablo misterioso.

  Recuerdo , como ahora mismo, las veces que, con agrado o por deber, acune al  uno o el otro de mis hermanos sosteniendo con sublimidad el ori­gen de mi propia sangre como el Ángel de la Guarda ha ungido la mia propia...

  El cántico de los coros, se levanta desde las capillas eclesiales, en el ámbito de la brasa can­dente de los cirios ben­ditos de las altas y extensas naves, arcos y bóvedas amplias de espacios en el son de los ecos resonando en los espacios glorifi­cados compañeros levantados juntos,

 !  Cuánto trabajé por subirles, peldaño a peldaño,  y a mi manera , por los peldaños que a la  cúspide conduce, ¡ Cuánto sufrí o gocé en el cru­cero por los mares de la vida junto a cada face­ta de uno a uno y el  uno para todos .

  !Cuánto sentí al niño, al joven, al mozo, al alcance de mi mano y, ¡ cuándo! canté !, se ale­gra­ron sus ausencias a la hora del retorno...

  En el quedo y suave ritmo que juntaron las voces en un solo clamor de espíritu llenando los sombreados lugares de mi presencia en el presente de aquellas horas, una oración solo se levantó plena y solitaria  y ubérrima, al compás quedo de un pie balan­ceando un silencio en el sonoro del arco curvo de la comba madera en un son, el cán­ti­co decir de un decir de palabras.

  Le canté a la peque­ña cria­tura yacente, todo el amor, que desde lo hon­do, le brotaba a la son­rosa­da pelusa de las delica­das mejillas, a la breve y cantarina vocecilla llenan­do el mundo de un aroma de frutas estallada en la mies del fértil cam­po...! Esperando el hecho inevi­ta­ble de un mila­gro...

  El niño se ha dormido en la placidez del sueño como en  milagro,  y, ese mismo sueño res­pe­tuo­so, se queda quieto en un plácido y sonriente des­can­so ...

  Aún ahora, se ha quedado la huella y el sa­bor de la impericia de su beso... imperando el mundo.

  Un beso sonrosado y chiqutín que le di en la frente, se ha quedado prendido, como un rami­llete en mi cara como un beso de ángel nacido de flores...

 Le he dado las gracias, no sé por qué...

y le he dado las gracias a no se quien por no se qué...

                                      ***

 

Caty i Joan